La “práctica” del retiro a la naturaleza, llevada a cabo en China con la caída del imperio Han como vía de escape para el individuo y más tarde por los ilustrados del Renacimiento, sigue vigente en la sociedad actual. Si bien, hoy en día es fruto de una crisis sistémica y global que hace que busquemos en la naturaleza alternativas a la estructura actual. Hay que pensar que todo lo urbano proviene de lo natural, aunque cada vez esté más desvirtuado y desposeído de su sentido original. El conocimiento del mundo significa el conocimiento de nosotros mismos como individuos y como sociedad.
La observación del paisaje siempre está condicionada por nuestro bagaje cultural, al tratarse de un concepto cultural. Hasta que no se produce un cambio en la mirada del hombre, una relación de no dependencia de la naturaleza, del campo en su último sentido, no existe el paisaje. Mientras la sociedad dependía del cultivo del campo, no se miraba hacia la naturaleza. Ésta era considerada como un espacio inhóspito, duro y ajeno al hombre que encontraba el placer intramuros. Una vez superada esta relación casi de esclavitud, la tierra, la naturaleza se idealiza.
« El conocimiento del mundo significa el conocimiento de nosotros mismos como individuos y como sociedad. »
Actualmente parece que nos hemos estancado en esta visión romántica, sin ser conscientes de los valores escondidos en el paisaje natural. Vivimos un retroceso, una vuelta al disfrute “del intramuros” ajena al paisaje natural. Cegados por lo urbano cada vez somos menos capaces no ya de comprender estos paisajes, de sentirlos, sino de activar sus valores que no son sino parte de nosotros mismos.
Vivir el espacio y el tiempo
El lugar ideal es aquel en el que podemos vivir el espacio y el tiempo. Sin embargo, en las ciudades de hoy esta necesidad apenas si tiene cabida. Debido al exceso de información y la hiperestimulación de la realidad urbana, uno pierde la capacidad de observación; el mundo está lleno de imágenes que actúan como sustitutas de las personas. Aparece así la necesidad de recuperar ese pasado donde se vivía el espacio y el tiempo, rescatar el carácter más sensitivo del hombre que, poco a poco, va perdiendo su identidad. El espectador es espectador y sujeto activo a la vez. Los ejercicios de paciencia y curiosidad por descubrir, por conocer, tienen que estar presentes en él para disfrutar plenamente de su existencia y éstos, en la realidad urbana prácticamente han desaparecido.
Del mismo modo que las Seychelles de J. Beuys, el bosque de laurisilva gomero nos remite a tiempos primigenios y nos permite percatarnos de realidades ausentes en la ciudad, en nuestro día a día, en nosotros mismos. Hablo de investigar un territorio es decir “enfrentarse” a él, familiarizarse con él en circunstancias cambiantes. Hablo del silencio, del tiempo, de la contemplación, del no esperar nada a cambio, del deleite del transcurso.
El paisaje es un ser vivo, en cambio perenne. Por lo tanto, el trabajo se asienta en una transformación donde la obra disfruta de las condiciones constantemente variables del ambiente que rediseña, con el fin de mantenerlo activo. La poética del discurso tiene que ver con explorar un territorio desconocido que existe y se construye conforme se interactúa con él. La manera en que se dialoga supone un reflejo y una respuesta a nuestra sensibilidad, supone una forma de comunicarnos.
Caminar como práctica artística
La metodología en este análisis es primordial para su consecución: caminar como práctica artística. Caminando establecemos un tiempo acorde con el espacio circundante, nos dejamos llevar por su ritmo, nos permite descubrir, comprender y empatizar con el espacio natural, despertando partes de la conciencia adormiladas por la ciudad. El espacio Natural aporta todo aquello que roba el espacio urbano, proporciona experiencias imprescindibles para poder tomar conciencia del Mundo.
Se trata del placer del descubrimiento convertido en conocimiento. No se trata de marcar un objetivo, de delimitar un concepto y buscar en la Naturaleza la manera de representarlo, sino de hacer una lectura del paisaje y desgranar de forma, inicialmente inconsciente, estas ausencias, estos espacios que finalmente nos hacen descubrir valores ausentes en la ciudad.
No se trata de caminatas en forma de protesta como pueden ser las de Hamish Fulton, pero sí su misma poética, la poética de la ausencia, donde la representación, fotográfica en este caso, solo capta parte de la vivencia del caminar, de la inmersión en el tiempo y en el espacio.
De esta primera forma de experimentar el paisaje natural surgen las intervenciones efímeras y frágiles, influidas por artistas como Wolfgang Laib, Christian Löhr o Michael Kenna, que consigue captar en sus imágenes la poética de espacios tanto naturales como urbanos a través de elementos mínimos. Todos ellos tienen algo en común, y es que ven paralelismos entre la naturaleza y aquello que perciben en el ser humano. Utilizan lenguajes precisos, delicados y mínimos, influenciados por filosofías orientales.
Nidos de silencio; caminando del bosque a la ciudad, es un trabajo compuesto por dos partes evidentes: los valores naturales descubiertos e interiorizas tras un mes de estancia en La Gomera y el traslado de esta búsqueda a la ciudad.
Catalogándolo como un work in progess, tras invertir un tiempo en conectar con el ritmo del lugar, adaptarse y adoptarlo, el bosque de laurisilva captó la atención. Sus cualidades hicieron surgir esas emociones, ese silencio, esas necesidades de las que sólo somos conscientes al alejarnos de ellas. El trabajo en la isla hizo especial hincapié en la metodología, en el caminar como herramienta de observación, quedando fijada en 6 dípticos fotográficos.
Los dípticos prolongan el espacio, recrean un paso tras otro e involucran al espectador que puede identificarse e introducirse en ellos y convertirlos en su propia historia. Las fotografías que los forman en ocasiones están tomadas en lugar y días diferentes, dando prueba de la conexión existente con el espíritu del lugar. A modo de metáfora en Barcelona surgió una intervención, realizada en Can Castanyer, una finca privada del Pg. Sant Gervasi, 5-13, que subraya la distancia entre el hombre de ciudad y la naturaleza y reclama la necesidad de minimizarla.
« Respirar y tomar distancia de la supuesta realidad »
Can Castanyer se sitúa en un medio enteramente urbano: asfalto, edificios y coches, un vacío dentro del entorno, un espacio anacrónico para el lugar en que se encuentra. Y porqué no defender la existencia de estos extraños espacios urbanos que se manifiestan como ámbitos de libertad alternativos a la realidad anónima. Con tintes románticos en cuanto a su morfología, responden a la belleza idílica de los antiguos jardines burgueses, pero no se trata del rescate de esta primera imágenes, hablamos de un significado más allá de las apariencias. El énfasis reside en sus valores implícitos y casi olvidados, en aquello que nos permite recuperar, en el crecimiento aleatorio, no planificado, libre, ligero y con capacidad de abstracción. Sensaciones que nos permiten respirar y tomar distancia, desprendernos, aunque sea sólo por unos minutos, de la supuesta “realidad”.
MCarmen Gª Mahedero, Barcelona, nov. 2011