China: ¿patentar… y sobrevivir?

Innovacion China

Crédito foto Albert Bonsfills

Todavía recuerdo el título de un libro de Alain Peyreffite, Cuando China despierte (1975), que mi madre tenía en casa y que yo solía hojear con curiosidad. La frase completa, “Cuando China despierte, el mundo temblará”, se le atribuye a Napoleón Bonaparte, lo que demuestra tanto la clarividencia del corso como la realidad histórica de que China siempre ha sido una promesa. Pero también es cierto, según nos enseña la historia económica, que China sí llegó a ser una potencia económica mundial en el siglo XIX. Y que por lo tanto no está emergiendo, está re-emergiendo.

Pero los conflictos internos, las guerras mundiales y el régimen comunista (el de Mao, no el actual) hicieron que el dragón se volviera a dormir. Ahora parece que después de más treinta años de aperturismo y de una peculiar economía de mercado impulsada por Den Xiao Ping a partir de 1976, el gigante se despereza de nuevo.

Sin embargo, lejos de los buenos augurios de conversación de cafetería que muchos atribuyen a su economía, China se enfrenta a importantes retos en el medio y largo plazo. Retos que van a condicionar tanto su crecimiento económico como su estabilidad social interna.

Si bien es cierto que su PIB ha sobrepasado los 5,6 billones de dólares USA (USD), y que por lo tanto ha superado a Japón (5,2), lo que constituye una importante victoria sociológica y moral sobre su competidor regional, todavía se halla lejos de los 14,6 billones USD de Estados Unidos (Fondo Monetario Internacional, 2010). Es decir, la economía china es, todavía y a pesar de todo, “un poco” más de un tercio de lo que produce la economía americana.

Por otro lado, mientras la renta per capita de los americanos es de 47.284 USD al año (PIB per capita a valor de poder de paridad adquisitivo – Fondo Monetario Internacional, 2010), la de los chinos es de 7.559. USD. Es decir, una sexta parte.

Y mientras los trabajadores y ciudadanos americanos disfrutan, en general, de vacaciones, derecho de voto, libertad de expresión e información e Internet, los chinos no, o mucho menos.

El espectacular incremento del PIB chino de las últimas dos décadas se ha sustentado, como es bien sabido, sobre un modelo productivo basado en la mano de obra barata y en la fabricación de productos poco innovadores, pero muy competitivos en los mercados internacionales. El Made in China ha arrasado en occidente, pero todavía representa para los consumidores un producto barato y de poca calidad. ¿Quién se compraría hoy en día un fármaco o un cosmético chino?

Igualmente, todo ese esfuerzo productivo se ha hecho con el innegable sacrificio colectivo de su población, tanto de la mano de obra cualificada como de la no cualificada, espoleada por el carácter chino de inspiración confucionista de sentido del deber y sacrificio individual en aras del bien común.

Sin embargo, algunas cosas han empezado a cambiar. Durante el último año he podido observar como muchas fábricas trabajaban a medio rendimiento los sábados (pagando el doble del jornal a los trabajadores que, aparentemente de forma voluntaria, iban a trabajar los sábados) y como las fábricas cerraban completamente los domingos. Algo impensable hace menos de una década. Los trabajadores chinos empiezan a reclamar sus derechos laborales y las diferencias sociales entre trabajadores, cuadros medios y clases empresariales se ensanchan cada día más en un marco social de poca igualdad, y de menos transparencia. La China de la generación de los “pequeños budas” (generación del hijo único) empieza a mostrarse más exigente y menos sacrificada que la de sus padres.

En este contexto, el motor productivo chino se nos representa como la imagen del motor de un viejo Seat 600, algo oxidado y que lleva funcionando mucho tiempo al máximo de sus revoluciones. Un motor que en cualquier momento puede resquebrajarse, salvo que se realicen cambios estructurales sustanciales. Ni China ni sus ciudadanos pueden seguir avanzando mucho más vendiendo camisetas a 1 euro.

Entonces, ¿cuál es la solución? Está claro que el gobierno chino la sabe. Innovar, innovar e innovar. En 2008 el presidente Hu Jintao marcó el rumbo a seguir en una frase premonitoria y determinante: “China tiene que dejar de ser la fábrica del mundo, para convertirse en el laboratorio del mundo”.

Es decir, tienen que dejar de vender camisetas a 1 euro para pasar a vender chips y fármacos.

Pero, ¿cómo se innova? O mejor dicho, cómo se puede seguir innovando para que el PIB chino siga creciendo, y lo que es más importante, para que la renta per capita, y en el última instancia la calidad de vida de sus ciudadanos mejore sustancialmente…?

En breve: invirtiendo tanto en las personas como en los medios de los sectores productivos que más valor añadido y beneficios pueden reportar a su economía. Pero, desde luego, esa es siempre una apuesta a medio y largo plazo. Es decir, requerirá determinación y paciencia.

Un dato objetivo en cuanto al esfuerzo innovador de China lo encontramos, por ejemplo, en las solicitudes de patentes internacionales que se realizan en el marco del Patent Cooperation Treaty (PCT), el mecanismo internacional para convertir una patente nacional (china) en una patente protegida y válida en otros países.

El número de solicitudes de PCT de patentes chinas se ha triplicado en los últimos 5 años, pasando de 3.942 en 2006 a 12.337 en 2010. Pero aún está lejos de las 44.855 de Estados Unidos o de las 32.156 de Japón en 2010 (World Intellectual Property Organization, 2010).

Por lo tanto, cada año, más patentes chinas, por su valor e innovación, son “exportadas“ para ser comercializadas en otros países. La exportación tecnológica representa para la economía china un beneficio mayor (que la camiseta a 1 euro), ya que su innovación es valorada y se paga a mayores precios en los mercados internacionales (que la famosa camiseta a 1 euro).

Así, parece claro que el nuevo modelo productivo chino fundamentado en la innovación no es mera retórica, sino que es una apuesta firme e irrevocable. Y ya no sólo se demuestra por las solicitudes de PCT, sino también por los miles de estudiantes que China envía a Estados Unidos y Europa para estudiar ingeniería, administración de empresas o derecho de los negocios. Ellos son los profesionales chinos de la economía de la innovación del futuro. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, por ahora, el régimen comunista chino se resiste a dejar de ser lo que es, un régimen que ejerce un fuerte control sobre la actividad económica, profesional y social de sus ciudadanos. Y ello plantea dos retos; uno a nivel profesional y otro a nivel social.

En cuanto al nivel profesional, es impredecible determinar cómo los científicos y profesionales cualificados chinos de la economía de la innovación pueden innovar, investigar y en definitiva, aportar mayor valor a su economía con las actuales restricciones políticas y sociales.

La investigación, el desarrollo, se fundamentan en buena medida en el intercambio de información, en el debate, la crítica. Los científicos necesitan libertad de pensamiento y crítica para cuestionar y mejorar la realidad, sino que se lo pregunten a Leonardo da Vinci. Europa y Estados Unidos han sido y son innovadores, entre otras causas, por la pluralidad, la heterogeneidad y el intercambio cultural y de ideas que han promovido. Parece ser que la democracia es el mejor aliado para la innovación, acaso el único.

Los científicos chinos necesitan Google y otras webs para acceder de forma rápida y sencilla a la innumerable y valiosísima información y contenido científico (Google Patents u otros) que se halla en la red, pero Google está vetado. Y la economía, para ser verdaderamente competitiva necesita jueces preparados e independientes para crear seguridad jurídica, pero todavía están controlados por el régimen.

Por otro lado, el ciudadano chino de la nueva sociedad (ya sea “pequeño buda” o no) va a demandar cada vez más derechos y libertades para poder desarrollarse y disfrutar de sus logros sociales y profesionales, ya que no sólo de pan vive el hombre (ni el chino). Pero webs como Wikipedia, Youtube o Facebook están censurados o seriamente restringidas, y otra serie de actividades sociales y culturales se hallan fuertemente restringidas o controladas.

No cabe duda de que el reto, de que el experimento es novedoso, ¿se puede innovar, investigar, generar conocimiento con tantas restricciones, y, en todo caso, estarán dispuestos a hacerlo los ciudadanos chinos del futuro en las actuales condiciones? Y en el supuesto de que el régimen abra la veda a nuevas libertades, podrá contener una “primavera china” o un Tianangmen 2.0…?

En definitiva, China, en su contradicción, apuesta por la innovación como pilar fundamental para su crecimiento económico (de segunda fase), pero el régimen comunista recela de los medios para conseguirlo. Sabe hacia dónde quiere ir, pero, ¿sabe cómo llegar, o mejor aún, sabe lo que espera cuando llegue allí? To be continued.

CARLOS RIVADULLA OLIVA